Como lleva ocurriendo hace casi dos décadas por estas fechas, llegó la cuota de cine de buen rollo (en formato comedia romántica con marchamo indie) con la que los Weinstein arañan mínimo algunas nominaciones, y si hay suerte el premio gordo en los Oscars (ellos han sido los que se han llevado a casa el de mejor película los dos últimos años…). En este caso ha sido “El lado bueno de las cosas” su apuesta, y la verdad es que hay que reconocer, que se trata, por lo menos, de una película digna.
La película nos narra la historia
de Pat (Bradley Cooper) un hombre de treinta y tantos que tras descubrir a su
esposa copulando con otro, le dio una paliza casi mortal, y fue diagnosticado
de maniaco-depresivo e internado durante ocho meses en una institución mental.
Transcurrido este tiempo, su madre consigue llevárselo a casa, a condición de
que siga acudiendo al psiquiatra periódicamente y tome su medicación. Su único
objetivo es recuperar a su mujer demostrándole que ya está curado. Y para
lograrlo aceptará la propuesta de la cuñada de su amigo Tiffany (Jennifer
Lawrence), que también ha tenido sus vaivenes mentales tras quedarse viuda en
el último año, y que, a condición de que acepte bailar con ella en un concurso
municipal, le enviará una carta a su mujer convenciéndole de su mejoría. Y
claro, como sabemos todos desde que vimos “Dirty dancing”, la cosa del bailar
une mucho…
Como se puede apreciar la leer la
trama, esta es bastante convencional, pero, por suerte, la han puesto en
manos de David O. Russell, un cineasta algo irregular, pero capaz de inyectarle
nervio y mala leche a historias enormemente planas sobre el papel. Cierto es
que al final se termina pagando el peaje de un final feliz para que la platea
se vaya contenta a casa, pero por lo menos hasta llegar a él, vamos viendo unas
cuantas de escenas, que ilustran con cierta crudeza (no hay que pasarse, que si
no se espanta a los votantes de los premios…) las consecuencias que tienen que
soportar los que padecen un trastorno de este tipo y los que viven a su
alrededor: las obsesiones, los cambios de humor, sus salidas de tono, sus
despertares nocturnos y demás momentos embarazosos. Es interesante también como se muestra al padre del protagonista, interpretado por Robert De Niro. Actúa
de manera casi igual que su hijo e incluso peor (ha sido vetado en el campo en
el que juega el equipo del que es hincha
tras haber estado en múltiples peleas y además esta lleno de supersticiones y
manías), pero como nunca ha sido valorado por un psiquiatra y diagnosticado,
parece tener carta blanca para comportarse así. Otro aspecto favorable es que
huye (un poco por lo menos) del retrato romántico y bohemio que en ocasiones el mundo del arte (cine,
literatura, música) hace de las enfermedades mentales y su curación. A pesar de
que el personaje intente mejorar únicamente mediante ejercicio físico y un
enfoque positivo de la vida rechazando la medicación, tras unos cuantos
incidentes embarazosos, decide tomar el tratamiento, algo que le hará ir
recuperando el control de su vida. Eso sí, no hubiese estado de más que hubiera alguna mención a los efectos secundarios que en ocasiones generan este tipo de fármacos. Es en esta primera parte de la película cuando más luce la puesta en escena de O. Russell, que opta por el uso de la cámara en mano y los planos de la nuca del protagonistas para mostrar su inestabilidad afectiva y la dificultad para comprender y prever los pensamientos y comportamientos. También se hace un interesante del montaje, con muchos planos cortos en detalle de manos, ojos, escotes, y demás que nos trasladan a su mente, suspicaz y efervescente, en los momentos de crisis.
De la misma manera, hay que reconocer, en el último tercio de la historia, aunque se siga disfrutando, la película cae por completo en los brazos del convencionalismo y los valores más conservadores (la familia, la superación, el fútbol americano como mejor modo de hermanar a gente de toda condición...), sin plantearse nada al respecto. Como espectador uno lo disfruta, ya que los personajes terminan resultando simpáticos y bastante entrañables, pero la sucesión de cosas que quedan a años luz de distancia del realismo de las secuencias iniciales. Aunque eso no quita para que continúe habiendo algún momento de brillantez, como el curioso numero de baile con el que se presentan al concurso, lleno de cambios bruscos como la personalidad de los dos bailarines, y que al igual que su comportamiento cuando están desatados, aunque a veces pueda parecer divertido, termina resultando un poco incómodo a los que lo observan.
En cuanto a los actores, la pareja protagonista funciona bien, sin caer ninguno de ellos en el exceso de muecas ni en el histrionismo para mostrarnos su desequilibrio, logrando empatizar con la platea, a lo que ayuda sin duda, su atractivo físico. Los secundarios también cumplen con su labor (hasta el petardo de Chris Tucker...), aunque llama un poco la atención que se haya nominado a De Niro, ya que este papel no añade nada nuevo a su carrera, utilizando algunos tics que ya le hemos visto cientos de veces.
Otro de los aciertos es el uso de las canciones (la banda sonora es de Danny Elfman, pero la verdad es que no llama mucho la atención...). La selección es estupenda: Frank Sinatra, Bob Dylan, Johnny Cash & Bob Dylan (en un dueto maravilloso que desconocía), y hasta los White Stripes. Una gozada. Aquí tenéis el citado dueto para que lo disfrutéis.
Recapitulando, una comedía romántica muy superior a la medía de este género, que desmerece un poco en su parte final, pero que aun así se disfruta. Y mucho ojo en los Oscars, que lo mismo da la sorpresa, que los Weinstein, donde ponen el ojo, ponen la estatuílla...
En cuanto a los actores, la pareja protagonista funciona bien, sin caer ninguno de ellos en el exceso de muecas ni en el histrionismo para mostrarnos su desequilibrio, logrando empatizar con la platea, a lo que ayuda sin duda, su atractivo físico. Los secundarios también cumplen con su labor (hasta el petardo de Chris Tucker...), aunque llama un poco la atención que se haya nominado a De Niro, ya que este papel no añade nada nuevo a su carrera, utilizando algunos tics que ya le hemos visto cientos de veces.
Otro de los aciertos es el uso de las canciones (la banda sonora es de Danny Elfman, pero la verdad es que no llama mucho la atención...). La selección es estupenda: Frank Sinatra, Bob Dylan, Johnny Cash & Bob Dylan (en un dueto maravilloso que desconocía), y hasta los White Stripes. Una gozada. Aquí tenéis el citado dueto para que lo disfrutéis.
Recapitulando, una comedía romántica muy superior a la medía de este género, que desmerece un poco en su parte final, pero que aun así se disfruta. Y mucho ojo en los Oscars, que lo mismo da la sorpresa, que los Weinstein, donde ponen el ojo, ponen la estatuílla...